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Alfonso Morcuende

re-new Orleans

Experts

Who we are cannot be separated from where we're from

Photo by Tom Pumphret

Las residencias de mayores saben que tienen un problema cuando alguno de sus pacientes con demencia o Alzheimer sufre un episodio de desorientación. Momentáneamente, esa persona no sabe dónde está o qué está haciendo allí. La respuesta natural es intentar abandonar el centro y regresar a alguna actividad de su pasado… Llegar a su antigua casa, retornar su antiguo trabajo, regresar con sus padres o reaparecer en la escuela de su infancia.

Todos los centros tienen protocolos y experiencia en este tipo situaciones. Así, se evitan la mayoría de casos en los que el paciente abandona la residencia. Pero a veces, los pacientes logran salir a la calle en estado de desorientación y escapan. Andan por la ciudad perdidos y en un profundo estado ansiedad. No es extraño que regresen a sus antiguos hogares, donde ahora viven otras personas. Todo termina en una experiencia traumática para ellos.

Sus cuidadores y familiares también sufren enormemente en el proceso de búsqueda del enfermo. En muchas ocasiones la policía tiene que participar en la angustiosa búsqueda. Los responsables de la residencia de ancianos “Benrath Senior Center” en Düsseldorf estaban preocupados por estos casos, pero no encontraban una solución. Los trabajadores del centro tampoco tenían idea de como atajar estos casos. Hasta que un día, un anciano presentó la solución. Su idea era tan extraña y diferente que se rieron de ella fue descartada. La solución a episodios de desorientación en personas con demencia y Alzheimer era construir una parada de autobús en la entrada de la residencia.

El argumento para construir esa parada fue el siguiente: Un autobús representa el primer paso en tu camino… De vuelta a casa, al colegio, a tu trabajo, de regreso con tus padres. La parada como tal es una mentira, un engaño. No existen autobuses que se detenga en ella. Los pacientes que sufren un episodio de desorientación y logran escapar de los protocolos de seguridad, lo primero que verán al salir de la residencia será esta parada. Ahí se detendrán a esperar un autobús. Al ser vistos por algún cuidador, estos se harían cargo de él.

Aunque parecía ridículo y ajeno a cualquier conocimiento previo en materia geriátrica, la dirección pensó que podría funcionar. Los trabajadores del centro no veían con buenos ojos la ocurrencia. Para ellos, era cínico e inapropiado, estaban seguros de que no funcionaría. A pesar de la oposición, se instaló un banco y junto a el, una señal amarilla y verde igual al resto de marquesinas de la ciudad. La sensación de realidad que ofrecía la parada llegó incluso a los vecinos, muchos de ellos pensaron que había una nueva parada en el barrio y se detenían en ella.

La primera vez que la parada mostró su utilidad fue con una anciana que quería volver inmediatamente a casa con sus padres. Las cuidadoras intentaron consolarla y convencerla, pero no lo lograron. Entre sollozos escoltaron a la mujer hasta la nueva parada de autobús. La anciana sentada y esperando a un autobús que nunca llegaría parecía consolarse con la idea del regreso. Esperó pacientemente a que el autobús apareciera, pasado el tiempo, poco a poco, recuperó su conciencia del “ahora”. Todo este proceso resultaba traumático y doloroso para el enfermo y los cuidadores, esta vez, evolucionó de una manera mucho más calmada y natural. Hace cinco años que la parada se construyó y funciona. Su introducción ha demostrado su utilidad, tanto para evitar huidas, como para rebajar la ansiedad en pacientes.

 

Los expertos y las normas

Creo que esta historia apunta hacia algo aparentemente contradictorio: Tener mucho conocimiento sobre una materia/industria solo garantiza que conozcas las reglas con las que se juega dentro de ella. La adquisición de ese conocimiento, de alguna manera, impide funcionar fuera de ellas. Cambiar las reglas con las que se está jugando en una materia/industria nunca viene de la mano de expertos, son los “outsiders” los que rompen las reglas y definen un nuevo marco de juego.

El conocer algo en profundidad, implica conocer sus limitaciones y adaptarse a ellas. El que cambia las reglas del juego no tiene esas limitaciones, lo más probable es que ni sepa que existan. Su visión es completamente nueva, por eso puede jugar a especular nuevas e inesperadas soluciones.

Ser gerente, o un trabajador de amplia experiencia en una residencia de ancianos, garantiza un conocimiento suficiente para mantener esa organización, sus normas y su funcionamiento. No tener en mente las limitaciones bajo las que opera una residencia permite pensar en una solución imaginativa y rompedora.

Las pequeñas mejoras incrementales siempre vienen de la mano de expertos. Conocer mejor las reglas te permite sobresalir dentro de ellas, empujarlas hasta su límite. Serás más fuerte, más rápido, más efectivo, pero esa mejora solo será efectiva si el resto de jugadores aceptan las mismas normas. Cuando juegas contra alguien que no acepta tus normas del juego, es cuando se producen las incertidumbres y las revoluciones. La mirada del nuevo, del “outsider” es necesaria cuando queremos cambiar un mercado, un negocio, un marco mental, lo que sea que quieras cambiar.

Ahora es cuando empiezan mis dudas. ¿Qué papel ha de jugar el diseñador y el diseño? ¿Somos expertos y aseguramos mejoras evolutivas en nuestros trabajos y clientes? ¿Deberíamos ser pensadores “out of the box” y ser demandados por empresas que necesitan romper un paradigma? ¿Seremos a veces unas cosas y a veces otras? ¿El mismo hecho de aspirar a ser expertos del diseño estará destruyendo roles disruptivos que deberían de hacer avanzar nuestra disciplina?

 

La semilla de este post la sembró Daniel Suarez Sánchez, con su magistral clase en La Nave Nodriza, no sé si darle las gracias o matarle a pellizcos :/